Gluck: Orfeo ed Euridice "Che Faro Senza Euridice?" M. Horne

La sensación maravillosa de reciprocidad en el amor ha sido durante siglos tema principal en la creación de obras de arte. Música, poesía y otras disciplinas, han bebido de esta fuente. Muchos han sido los autores que se han sentido obligados por la inspiración a embarcarse rumbo al éter en busca de la materialización de esta idea.

Pero, por la fuerza del contraste, la inseguridad en cuanto a ese amor reciproco quizás haya llenado más hojas en blanco y coloreado más lienzos. Ese sentimiento que lleva a la misma tortura da mucho más de sí para la irrupción de las musas que cualquier final feliz o que cualquier nave del amor navegando en aguas calmadas.

Querer es dudar. Y dudar, muchas veces, es perder. Dudar por amor es humano, pero ofende a lo divino. Y la divinidad es implacable. Las reglas del amor están escritas y no hay enmienda posible. Los dioses castigan la duda que se supone que ellos mismos han creado. Una espiral de sinsentido escrita ya hace muchos siglos, cuando lo humano y lo divino se confundía.

Orfeo bajó hasta el mismo Infierno para suplicar la devolución de su amada Euridice, arrebatada de su lado por la picadura mortal de una serpiente. Euridice huía de Aristeo, que intentaba violarla, cuando el ofídio perverso inoculó su veneno en las pálidas carnes de la dríada. Los cantos maravillosos de Orfeo convencieron a Hades y Persfone, dioses de los Abismos, y pudo rescatar a su esposa. Pero siempre hay una condición.
“ No te gires para ver si ella te sigue hasta que veas la luz del día”.Aún no había llegado a esta luz cuando Orfeo, temeroso de ser diana del engaño de Persefone, se giró justo a tiempo para observar como Euridice se difuminaba para siempre.
El final de Orfeo me lo saltaré, por cruel y sanguinario, pero quizás es un mensaje de las alturas. Alturas en las que reposa su lira , titilando al ritmo de la noche.