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BOTICARIO RESPETABLE


En la farmacia sólo estábamos yo (aún elucubrando sobre cómo se los pediría), disimulando delante de unas botellas de gel con un PH favorable para el cuidado de la piel, y el farmacéutico. Un hombre ya mayor, con una barriga prominente tratando de asomar por debajo de su bata blanca impecable. De rostro sereno aunque severo. Me miraba de reojo por encima de la montura de sus gafas redondas de metal. Y era mi primera vez, habíamos decidido emprender el gran viaje Laura y yo, y claro, me tocó a mí ser el atrevido. Y sentía la mirada del licenciado atravesándome, pero no podía. Preservativos? Condones? Profilácticos? Ejem, eso que usted ya sabe...? Pero o me lanzaba o me quedaba sin merienda. Y yo siempre he sido muy de meriendas. Así que inspiré tan fuerte como pude y di dos pasos hasta el mostrador. Puse las manos en el mármol y miré a ese señor respetable que era el responsable de la seguridad de mi primer acto sexual.

- Me puede poner… - sólo tuve tiempo de esto.

Irrumpió en la farmacia, vigorosamente, una chica de unos veinticinco años. Para mi era demasiado, pero me pareció una mujer estupenda. Llevaba un vestido de tiras que se le ajustaba al cuerpo de una forma casi biológica. Sus curvas no eran exageradas, pero a mi me marearon. Pero lo que más atrayente la hacía era su resolución. Con una sonrisa simpática, arrebatadora, se dirigió hacia el hombre mayor, que dicho sea de paso ya ni recordaba mi existencia, y con energía le habló: “ Buenos días, tiene usted que ayudarme…. Tengo un calentón! “

En ese mismo momento noté que el pobre hombre, lo juro, estaba a punto de perder el equilibrio. Yo perdí la memoria, sólo esperaba no tener que ser el que resolviera el problema de la sílfide. Con unos años más y algo más de experiencia me hubiera postulado, pero en esos momentos debía recuperar de mis archivos una palabra que describe esos globos en los que uno mete el pene cuando se pone duro…

Cuando el farmacéutico recupero su flema cruzó conmigo la mirada y creí notar un leve encogimiento de hombros. Los dos estábamos alucinados.

- Señorita – le dijo educadamente, con distancia – este es un establecimiento serio y no creo poder resolver su problema…
- Pero me pica muuuucho – contestó ella, poniendo el índice encima de su boca.

Fue después cuando el hombre sonrió, y yo noté que se relajaba de golpe. Su gesto se dulcificó. Y con la más sincera y simpática de las sonrisas dijo: “ Usted tiene una calentura, señorita. Una calentura… “

- Pues yo quiero unos condones – dije por fin, totalmente liberado.

2 comentarios:

  1. Vaya que embarazosa situación!…Me recuerda a cuando tienes algún tipo de complicación o problema y siempre esta en mente…pero cuando ves la gravedad de otras ajenas..te das cuenta de que lo tuyo es un día de playa.! Y el pobre chico
    “ preocupao”.. por los globos del pene!..

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  2. Yo las primeras veces que fui a por globos acabé comprando pastillas para la tos. Calenturas he tenido muchas, calentones más...

    Cuidado con el Kraken, Andrómeda...

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