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JUST A GIGOLO?


Llegó, de repente, un día. Nunca antes la había visto por el bar. Y siempre, desde entonces, asistí al mismo ritual. Me pedía un Martini seco con dos aceitunas, que se bebía como si tuviera que ser el último. Casi con rabia. Pero siempre llegaba el segundo, que, ya más calmada, libaba como si fuera una mariposa. Gozando en cada sorbo. Yo no podía desviar mi mirada del fondo de la barra, lugar donde ella se sentaba día tras día. Alguna que otra vez tuve que disimular, atrapado por su instinto, pero sólo obtuve una leve sonrisa triunfal como reprimenda. Mientras servía a los demás clientes podía ver como todos sentían la misma atracción que sentía yo. Aunque ellos no sabían a quién había elegido ella. Y un servidor, que es muy humilde, pensaba que lo que sucedía era por casualidad. O por simple simpatía. O quizás por pena. Sí, seguro que era pena. Tengo buena planta y parezco inteligente. Y eso, teniendo en cuenta mi profesión, seguro que da un poco de pena a una yuppie de treintaypocos que está para parar un tren, pensaba yo. A mi también me daba pena esa especie de director general de algo, seguro, creía yo, que la venía a buscar, sin falta, cada día a las 7 en punto. Llegaba al fondo de la barra, con sus andares ostentosos y sus trajes de Armani, la besaba protocolariamente y me pedía un Chivas Regal de 18 años y ,sin cambiar ni un ápice en un mes, cuando yo se lo servía, pedía la cuenta. Lo de la señorita también, me decía. Al pagar, su Rolex de oro percutía contra el mármol de la barra, produciendo unos golpes secos y apagados. Cada día me pagaba con dos billetes de 20 y me dejaba el resto como propina. 15 euros! Gracias, señor, decía yo. Cada día. Y cada día él preguntaba: nos vamos? Y cada día ella decía vamos, mientras se levantaba y se dirigía, semi-abrazada por el joven potentado, hacia la salida. Pero lo que a mi me trastornaba, cada día, era que, al salir, ella se giraba, me miraba y sonreía con una mezcla de dulzura y morbo que, lo juro, cada día, petrificaba mi botafumeiro.

Estuve así un mes, entre miradas lascivas, Martinis, Rolex y Chivas Regal. Hasta que, un día de cada día, ella hizo algo diferente. Me llamó entre Martinis y, por fin, quedaron claras sus intenciones. Habrás notado que te miro, no?, me dijo sonriendo con tímida lascivia. Claro!, contesté intentando demostrar aplomo. La deseaba desde el primer momento, pero soy un caballero y no me meto en terrenos privados; aunque era hermosa, muy hermosa, y contesté pensando que la caballerosidad se fuera a la puta mierda. Mirándola, a ella, me sentía igual a todo el mundo, daba igual mi chaleco granate y mi corbatín, daban igual la camisa almidonada y los zapatos de charol, ella había visto en mi algo especial y, al fin, me lo iba a confesar. Por un momento me imaginé paseando con ella, agarrándola por el talle, compartiendo con ella un cartón de palomitas en el cine, o, en una noche de luna llena, bañándonos desnudos en una playa solitaria, acabando los dos follando como chimpancés, rebozados de arena. Cuántas cosas te pueden pasar por el coco en un puto segundo! Fue un puto segundo de ilusión, de incauta inocencia, incluso de interés subconsciente. El sueño americano no visitaba mi bar y yo no era el destino final de una mujer desconsolada, amargada por un marido que la tenía como se tiene una obra de arte. No señor. Eran la puta pareja perfecta!

- Te gustaría hacer un trío con mi marido y conmigo? - me dijo.

Yo ya no recuerdo qué contesté, después de frenar la lipotimia que se abalanzaba sobre mi, sólo sé que no ha vuelto más a mi bar y que la única mujer que me mira con lascivia es Paquita, la de la limpieza, que siempre me dice:

- Muchacho, tú estás muy mal aprovechado!


3 comentarios:

  1. Crees que en algun momento se arrepintió de no haber aceptado?

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  2. No, ahora monta trios con Paquita y la prima de esta, que llegó del pueblo. Eufrasia, una joven tosca, pero ávida de aprender las costumbres de la ciudad.....

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