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La llamada


Giovanni Specchio se acababa de levantar cuando, en lo que sería una cadena casi sin fin, sonó el teléfono.
- Dígame – dijo, por primera vez.
Nadie contestó, en lo que sería una cadena de silencios casi infinita.
- Quién es? – insistió.
Nada, sólo una presencia preocupante al otro lado de la línea.
Así día tras día, hasta que una mañana, por arte de magia, quizás, Giovanni se acostumbró. Esa madrugada, que debía ser como las otras, se levantó a la misma hora de siempre, y a esa misma hora sonó el teléfono. Pero ese día descolgó con energía, sin saber por qué. Conjugó el imperativo con una euforia indescriptible, para él. Sin conocer la razón, su voluntad tenía sed de ese momento.
- Dígame – dijo.
- Quién es? – insistió, como hacía tan a menudo.
Y nada, claro. Sólo el silencio y un leve ronroneo. El ronroneo al que Giovanni era adicto inconscientemente.
La vida de Giovanni Specchio iba pasando con más pena que gloria, era un ser gris, mediocre, sin ningún atisbo de ínfula, aunque la peculiaridad de su despertar diario le hacía más importante de lo que él nunca llegó a sospechar.
Hubiera podido hablar con la policía, o con los de la compañía. Hubiera podido compartir su secreto con algún familiar, o algún conocido, pero no quiso ser tomado por loco. Un lunático solitario, eso es lo que era. Pero de ahí a loco había un puente al que no se le observaba el final.
Como a todo ser vivo, a Giovanni le llegó su fin y, aunque mísero, tuvo suficiente para encargar una lápida para su nicho. Con la oposición, cabe decirlo, del párroco del cementerio, que le dijo que no era partidario de frases filosóficas en el camposanto.
Giovanni, que no entendía de ciencias ni de esencias, se encogió de hombros y sonrió al cura. La misma sonrisa que le quedó cuando, después de expirar, habiendo recibido el sacramento de la extremaunción, el vicario de Dios cerró sus ojos sin brillo.

Al cabo de unos años, su tumba, con la oposición tácita del viejo rector, se ha convertido en lugar de peregrinaje para poetas existencialistas. Y seguro que la frase grabada en el mármol es una fuente más de inspiración para las sedientas bocas de los aspirantes a la nada.

Giovanni Specchio 1925-2006 “ Aún me pregunto quién me llama “

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