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CONFESION


El primer libro que formó parte de mi fue un tomo semi-gigante de Walt Disney. Siete de sus mejores películas en dos dimensiones. Ahora mismo intento recordarlas. Joder, me salen ocho: 101 Dálmatas, Bambi, La dama y el vagabundo, Blancanieves y los 7 enanitos, Dumbo, La Cenicienta , Alicia en el país de las maravillas, …. Y Pinocho! No es una broma, no quise hacer rima.
Cuando era pequeño, incluso de adolescente, me acompañaba casi a todas partes. Cuando comía, cuando me aburría de la tele, cuando hacía caca, en la cama al acostarme. Llegué a aprenderme los diálogos, incluso los colores de cada viñeta. Es una Biblia de mi pasado y una de las razones de mi carácter soñador.

Ella lo sabe, y por eso me guardó una sorpresa final en nuestro viaje a La Toscana. Cuando ya casi estábamos sin fuerzas y sobrepasados con toda la información cultural ( sobre todo visual ) que hervía en nuestro recuerdo reciente, paró el coche en una área de descanso de la autovía que nos llevaba a Pisa para subir, ya de vuelta, al avión.

- Aún nos falta parar en un sitio – me sonrió.
- Pfffff – solté yo, casi sin fuerza para protestar.

No me hizo el menor caso, siguió sonriendo y me acarició levemente el cabello.
En unos 30 minutos nos desviábamos hacía un pueblo que se desparramaba a partir de un caserón en la falda de una montaña. Collodi, leí en la indicación.

- Collodi? – dije – me suena mucho…
- Tonto, Pinoccio… Aquí se gestó, aquí se encuentra el parque dedicado – vaya, yo creía que Pinocho había salido de la inventiva de un señor bigotudo, creador de los mundos de fantasía que a mi me percutieron de pequeño.

Bueno, estaba bien, era curioso. Una pasarela permitía transitar en medio de un bosque mágico, una ballena en medio del jardín parecía a punto de tragarte, un trenecito para turistas recorría un parque dentro del parque ( sí, ese parque que a punto estuvo de convertir a Pinoccio en burro ) y al fin todo terminaba en la tienda de souvenirs, entre pinoccios de madera, de cartón y de papel.
Fue allí, en medio de japoneses devoradores de postales, cuando noté la llamada de la inspiración. Quise dejar mi huella.

- Vámonos, rápido! – le susurré al oído, al volver, mientras la arrastraba hacia el coche.

Ya en el avión no podía dejar de sonreír al pensar en mi contribución al arte toscano.

“ Los Pinoccios de carne y hueso mentimos para que nos crezca otra cosa… “, se puede leer en la puerta de un lavabo de Collodi.

2 comentarios:

  1. A veces hacemos cosas casi sin pensarlas…nos caracterizan…es como un distintivo. Es tener personalidad!!!....ahora bien…se prudente con las mentiras que todo tiene un mesura a proporción del cuerpo. Jeje!

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  2. querida Andrómeda, por lo que dices yo debo mentir más bien poco... ;-P

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