John Wayne

No puedo leer los subtítulos, pero no se lo pienso decir. Como tampoco le diré que con mucho gusto me hubiera quedado sentado en el sofá, con mi cafelito humeante en la mesa, presionando mi purito con los dedos. Siempre me ha arrastrado con la delicadeza de sus argumentos sólidos. “ Una de las grandes películas de la década, según William Hopkins”, me ha dicho, esgrimiendo las páginas culturales de La Vanguardia.
Maldita técnica láser! Desde su operación de cataratas que no para de leer, incluso la letra pequeña de los contratos firmados hace años. Esto no lo debimos contratar, con esto no estoy de acuerdo, a ver si por culpa de este artículo…. Se suponía que llegar a viejos significaría entrar poco a poco en un dulce descanso, como entrenando para la salida final. Y a mi ya me está bien. Una suposición cojonuda! Pero ella… Quizás un día el Alzheimer me libre de la promesa que le hice una noche de luna llena en Port Lligat, delante de la casa del genio-payaso. Cualquier Alzheimer! El mío o el suyo, tanto da.
“ Nunca te dejaré sola!”. Se lo prometí. Y yo la quiero y lo cumplo.
Me gustaría estar en el lugar del chico de la fila de atrás. Ya me fijé en él antes, y en su bonita pareja, haciendo cola. Parece estar feliz con la situación, su interés por la película es obvio.
Quién no vendería el alma a cambio de poder retroceder en el tiempo! A cambio de tener el aroma y el tacto de la juventud rozando la yema de los dedos. A cambio del deseo infinito!
Aunque yo ahora mismo la vendería por tener a Celina durmiendo su siesta en casa. Y yo gozando con la mezcla de los aromas del café y el tabaco. Viendo, tranquilamente en mi sofá, la película de la tarde. Tarareando, como cuando tenía doce años, la música de la banda sonora de Río Bravo.