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Confianza ciega?


“… con las isóbaras muy juntas que nos avisan de un temporal fuerte de viento del noroeste… , el frente frío acompañado de la humedad del Atlántico y alimentado por la fuerte depresión…., fuertes nevadas y frío intenso todo el fin de semana…., se recomienda no viajar bajo ningún concepto si el destino son los Pirineos…”

Lo decía con cara de satisfacción. Pensé en los malditos hombres del tiempo, que sólo gozan siendo aves de mal agüero. Que su nivel de adrenalina empieza a aumentar cuando se convierten en agoreros. Para ellos las espirales que forman las borrascas son como pinceladas artísticas del Gran Hacedor. Se corren con los huracanes, gimen de placer ante una Gota Fría… Y parecía que durante el próximo fin de semana sus sentidos experimentarían hondonadas de placer.

“ … Recuerden, si no es indispensable no viajen al Pirineo. Buenas noches y buen fin de semana! “

Nuestros planes al carajo? Un fin de semana que tenía que llegar a ser fantástico se revolvía en contra nuestra por culpa de las nuevas tecnologías. Putos satélites!

- Que den pol saco a David Seco el metereólogo – le dije a Paco, mi compañero de piso -, prepara tus cosas. En dos horas salimos para Cerler.

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La noche anterior, durante el viaje, pudimos observar la magnificencia de Orión, vigilando los movimientos de las constelaciones. La Luna, extremadamente pálida y luminosa, guiándonos todo el camino. En resumen, ni una gota, ni un copo, ni tan siquiera un soplo de aire que se pudiera catalogar de moderado.
Estábamos disfrutando, Paco y yo, de la mejor sesión de esquí de toda nuestra vida. La nieve estaba perfecta y la estación casi desierta. Subíamos y bajábamos sin descansar, sin oposición, sin colas en los remontes… Una auténtica gozada.
En la enésima subida - supongo que alguna gente ya se había dado cuenta de lo que se cocía por la estratosfera – tuvimos que esperar en una mini cola para coger el remonte. Fue cuando oí una voz familiar que decía: Ves como te dije que hoy no habría nadie! Alguien se rió, junto a la risa del poseedor de la voz conocida. La curiosidad me mataba y me giré, rayando con mis esquís los esquís del hombre que había hablado.

- Ui, perdón! - dije , asombrándome ante la presencia de un David Seco sonriente que, con un gesto condescendiente, restaba importancia a mi desliz.

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