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Réquiem


Recuerdo de todos tus hijos ( menos de Ricardo, que no dio nada )”, así de cruel es la vida con la muerte. Leí este epitafio en una de mis visitas al cementerio . Una madre difunta, creo recordar el nombre de Agripina Andrés, envuelta de por vida en trifulcas entre hermanos. Estoy con Agripina al cien por cien y tuve la tentación de pasarme la tarde repicando con una escarpa esas letras grabadas con tal mal gusto. De los hermanos me quedo con Ricardo, no lo conozco, pero unos familiares capaces de dejar un mensaje así son dignos de mi más absoluta antipatía. Quizás sea un hombre perverso, según sus hermanos nada solidario, alguien capaz de poner su nombre ( y el de su madre ) en mala posición sólo por no tener que verlo al lado de sus familiares… Quizás Ricardo sea un auténtico cabrón. No lo sé. Pero delante de la lápida se me despertaron algunos instintos nada civilizados. Y ninguno en su contra. Está claro, también, que Agripina no educó nada bien a su prole. Que ante la desaparición de un ser querido el único valor que se tiene en cuenta no es el de la transmutación de materia en éter, sino todo lo contrario… El de la transmutación del éter ( aquí el alma de Agripina ) en materia ( digamos que los bienes que esta no pudo llevarse al más allá ). Haeredis fletus sub persona risus est.*
Los paseos por el camposanto suelen relajarme, me inspiran, mi introspección viaja de ida y vuelta una y otra vez. Imagino las vidas y los hechos de los que me saludan con la mirada, en sus retratos pegados al mármol, intento adivinar personalidades y alguna vez me siento aturdido por la fuerza de unos ojos que me examinan desde la piedra. Las flores de plástico me deprimen, las lagartijas tomando el sol en las losas calientes me dan envidia, los cipreses apuntando a lo alto me producen tortícolis… y, sobre todo, el laberinto que forman las pequeñas callejuelas - bloques de nichos simétricos como aparadores de la única y gran verdad - me abruma. Un laberinto del que yo, por más que lo pretenda, nunca daré con la salida. Aunque buscándola encontré un buen epitafio. No soy egoísta y lo cedo. Yo seguiré indagando por los recovecos sombríos.

Toda la vida buscando una salida, hasta que la salida me
encontró a mi!


* El llanto del heredero es sonrisa enmascarada.

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