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El cometa nunca viene cuando lo necesitas!


Decidí acceder a su deseo más por honor que por amor. Después de una noche en la cual viajé al séptimo cielo gracias a sus caricias y a sus espasmos, le di mi palabra.
- Mañana te llevo, lo prometo – solté, esperando que el cometa Halley arrasara la Tierra por la noche mientras durmiéramos.
Pero el Halley no volverá hasta el 2061 y, al despertar, todo estaba en orden. Ya el hecho del despertar en sí era bastante indicativo de la nula intención del cometa para bajar en mi ayuda.
Y allí me encontraba yo, atravesando la playa de Pals en dirección al camino que serpentea remontando unas rocas y desemboca en la pequeña y hermosa cala que sirve de guarida a los practicantes de la sana tradición del nudismo. Yo, un iconoclasta de tendencias ácratas, siempre he tenido un matiz pseudo-casquivano en lo referente a mi desnudez pública y eso hacía que, aunque disimulándolo, un sentimiento de inseguridad me invadiera. Mi primera vez! No se lo diría, cómo podía confesarle algo así? Ella era virgen en el tema y yo siempre me había asignado el papel de hombre de mundo, por lo que me tocaba representar uno de mis mejores papeles, con ella como público.
Habíamos, ya, conseguido trepar hasta la cima de la roca y debajo nuestro se dibujaba lo que mi educación católico-victoriana relacionaba con el principio del fin de la ciudad de Gomorra. La playa, cerrada en semicírculo a nuestros pies, era una pequeña maravilla de la naturaleza. Desde nuestra posición, a unos cuarenta metros por encima, podíamos observar nítidamente el relieve del fondo marino, sólo adulterado por el movimiento de alguna minúscula ola y por los destellos intermitentes de la canícula. La arena estaba repleta de cuerpos desnudos tumbados. Culos sonrientes, tetas observadoras ( bizcas habría algunas, pensé ), periscopios en posición latente esperando no ser llamados a misión… Mi primera vez como voyeur y , al mismo tiempo, en unos minutos iba a convertirme en objeto de voyeurismo.
- Allí veo un hueco, rápido! – me dijo ella, arrastrándome con una ilusión que yo no entendía.
En medio de la playa, estábamos justo en medio de la playa! Rodeados de norte a sur y de este a oeste… Lo peor de todo, pensé, sería el camino hacia el agua. Qué haría? Debía pasar por el medio de toallas, sombrillas, grupos de naturistas hablando. Joder, y en pelotas! Aunque deseché la opción de irme al agua en bañador. Por si era el desencadenante de un motín con linchamiento final. Se veían pacíficos y buena gente, pero quién se fía de alguien que está desnudo y te mira a los ojos?
La verdad es que la jornada pasaba agradablemente, después de superar mis complejos y temores. Ella estaba contenta y yo, aunque con la procesión por dentro, había sido un maestro de ceremonias ejemplar. Sólo un pequeño detalle me puso en alerta por unos instantes. El sol iba derivando hacía el oeste y la sombra de las rocas devoraba con avidez parte de la playa. Éramos los mismos pero los metros cuadrados utilizables se habían reducido a la mitad. Como playa nudista me empezaba a parecer un poco demasiado densa. Noté unas gotas heladas en mi espalda, me giré, y ella me sonreía. Llegaba de refrescarse y la tenía de pie ante mí con su figura esbelta, su piel de alabastro enrojecido, su cabello de azabache chorreando como una fuente… Unas gotas de agua afortunadas coronaban sus pezones y a mi me parecieron piercings de diamantes. Creí ver, dejando aparte la vestimenta, una aparición mariana. Dos gotas más atrevidas que las otras estaban en plena carrera descendiente, rodeando su ombligo, hasta que confluyeron las dos en la misma meta. Su pubis depilado. Mi santuario. Ya me solté y los metros cuadrados menguantes se diluyeron. Al final me tumbé a su lado, de espaldas eso sí, y me quedé semi-inconsciente. Estaba en el paraíso, eso era el cielo. Desnudo bajo el sol, al lado de ella. Estos pensamientos me reconfortaban y aumentaban mi devoción. Empecé a acariciar suavemente sus muslos con mis dedos, con movimientos casi inapreciables. Ella parecía estar a gusto, silenciosa con los ojos cerrados, y seguí. Empecé a usar mis pies para , poco a poco y dulcemente, rozar sus tobillos. La pasión aumentaba y mi pie subía hasta su rodilla para bajar, presionando ya más fuerte, contorneando sus gemelos hasta pararme en su talón. Ella nada. Fue cuando caracoleé mi dedo gordo por la planta de su pie que ella, bruscamente, apartó tan placentera unión.
- Qué haces? – le dije, un tanto mosqueado.
Ella abrió los ojos, me miro y dijo: Qué!
Pues nada, me puse otra vez con más ánimo, con más ahínco, con más amor si cabe. Adornando los caracoleos e imprimiendo a mis caricias una energía renovada. Y, al rato, otra vez. Una separación violenta y una pregunta, ya más molesto.
- Qué haces? - repetí .
- Quéeee… - me dijo ella, con algo de cabreo.
- Joder, por qué te molestan mis achuchones? Qué hay de malo?
- Tus achuchones? Pero qué dices? A mi?
Eso me mosqueó y me incorporé. Miré para atrás. Y otra vez quise que el cometa llegara con su lluvia de fuego exterminadora. Mis pies no tocaban los de ella. Debido a la compresión demográfica tenía justo detrás a un hombre ( eso me pareció ) de avanzada edad, al que yo parecía haber despertado de su siesta. Un despertar concienzudo sin duda. Cuando me pongo, me pongo. Debía andar por los sesenta. Su piel era casi puro carbón, de moreno que estaba. Llevaba el cabello rizado y en su cuello lucía dos cadenas de oro impresionantes… Se había incorporado un poco y me miraba fijamente, sonriéndome. Sólo tuve arrestos para dibujar un leve gesto de desagravio y me giré otra vez. No había podido resistir a la tentación de mirar entre sus piernas. Y mis arrumacos cariñosos ( dirigidos a mi novia ) habían tenido éxito!!
Ella aún se ríe. Yo me fundiría. Él no sé...

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